La vida es como una caja de bombones...

miércoles, 16 de abril de 2014

La vida es como una caja de bombones, nunca sabes lo que te va a tocar. 

Ya lo decía Forrest, o mejor dicho, su madre (qué sabias las madres). A veces el bombón es de praliné y te mueres de gusto y otras te toca el de licor, que amarga un poco más.

Los últimos meses han sido de los del segundo tipo. Momentos que no esperas vivir y que llegan sin avisar. Pero así es la vida. Si Forrest pudo con sus aparatos, la guerra fría y el desamor de Jenny, ¿como no voy a poder yo con esto?

Cuando estás de bajón, no hay nada mejor que un buen plan de acción para subir el ánimo. Echar a correr sin rumbo hubiera estado muy bien, pero el deporte y yo tenemos una relación de incompatibilidad crónica, así que he preferido hacer otras cosas.

Descartando desde el primer momento el baño relajante, la mejor solución que se me ocurrió fue irme de compras. Ya sabéis, consumir nos hace sentir bien (aunque sea por un momento), y si encima el plan es ir con una amiga al sunday market, pues el subidón es doble. También me he he visto la última gala de Rocío Jurado en bucle y he llorado hasta secarme. Probarlo, funciona.

Vale, con eso solo no te sentirás mejor. Lo confieso, también tienes que cantar "como una ola" hasta quedarte sin voz. . Ahora me siento mucho mejor y me siento LA MÁS GRANDE. Y además mira qué mochila más bonita me compré de Urgôte.


¿Qué hacéis vosotr@s para levantar el ánimo?

Los 27 son los nuevos...

sábado, 12 de abril de 2014

Los 27 son los nuevos...

¡HAZ LO QUE TE DE LA GANA!

Todavía me quedan unos meses para cumplir los 27, pero en cuanto la primera de la quinta sopla las velas... todas estamos dentro.
Entramos en el club de los 27 (Amy, siempre te recordaremos). Por suerte, tenemos algo más de cabeza y seguimos vivas. Aunque también menos talento. Anyway. 

No cambio esta edad por ninguna. Por eso, hoy salgo a cenar y bailar salsa, para celebrar lo que hemos vivido y lo que nos queda por vivir. Lo que nos queda hasta los 30, quiero decir. Que eso sí que es una edad chunga, pero chunga de verdad. 


Candy Bar, Tratamiento facial y la muela del juicio.

viernes, 4 de abril de 2014

En agosto del año pasado se casó una amiga y preparó una boda preciosa. Todo lo que podáis imaginar en una boda podías encontrarlo allí. Barra de mojitos y zumos, jamonero, coche de época, una iglesia preciosa, discoteca, seatting temático, pancartas san fermineras, baile de las amigas, buena gente, buen ambiente, muchos médicos, el jardín, un equipo de fútbol... Pero lo mejor fue el CANDY BAR.
Y digo que fue lo mejor porque se lo preparamos nosotras. Así de humilde soy, ya me conocéis. Pensaréis: ¡Qué majas! ¡Vaya detallazo prepararle un candy bar a vuestra amiga! Pero no. A nosotras nos encantan estas cosas y casi que la novia se vio obligada a darnos alguna tarea para saciar nuestras ansias de ser wedding planner por un día.


Leyre es así. Nos comprende y sabe llevarnos. Pero es que, además de confiar en nosotras para su candy bar, va y nos regala un cheque de bienestar. ¡Ella sí que es maja!

Nuestra idea era dedicarnos un finde para nosotras y hacerlo juntas, pero somos tan desastres que para que no se nos caducara hemos tenido que ir cada una cuando ha podido.

Para mí, una pobre joven o joven pobre a la que esto de los tratamientos de belleza le parece cosa de ricos, ha sido una experiencia increíble. Os cuento:

Tras llegar tarde por perderme y tener que llamar al centro para que me explicaran exactamente dónde estaba el local,  me hicieron pasar a una salita. Me desnudé (un poco) y me tumbé en la camilla, que estaba caliente! ¡Tanto lujo sólo para mí! No me lo merezco, pensaba. Entonces empezó la chica a ponerme potingues y a darme masajes con un pincel. Reconozco que eso de que me anden tocando no me hacia mucha gracia, pero al minuto y medio ya le había cogido el gusto y me había abandonado a las manos de esa mujer. La música clásica y el aroma a lavanda también ayudaban. Tras unos minutos de masaje y cuando estaba a punto de dormirme, escuché el ruido de un motorcillo. Me dio un vuelco el corazón y por un momento pensé que iba a aparecer mi madre con un dentista diciéndome: "hija, ya es hora de que te arranquen las muelas del juicio." Por suerte era un aparato para exfoliar mi piel que me dejó como nueva. La chica siguió untándome cremas y masajeándome la cara, mientras yo pedía que no se acabara nunca. Y también pensaba en que cuando me jubile voy a dedicarme a hacerme tratamientos de belleza. ¡Eso sí que es buena vida!

Los masajes y las cremas estuvieron bien, pero lo mejor fue poder estar tumbada durante una hora, sin hacer nada, centrada en mí misma. Por mi cabeza no dejaban de pasar ideas, mientras yo intentaba dejar la mente en blanco. Como cuando en clase de yoga nos hacían mirar a una vela y no pensar en nada. Esto fue imposible, pensé en muchas cosas, pero sobre todo me acordé de Leyre y de la boda tan bonita que organizó. También me la imaginé bailando con Pitbull en las playas de Miami, pero esto da para otro capítulo... ;)